viernes, 15 de noviembre de 2013

Primero, poesía*

Para María

La gente se ríe cuando lo digo pero hablo en serio. No miento. El caso es que no veo otra salida. Es el único camino. Yo, al menos, no conozco otro. Es la única manera que he encontrado. Se llama Poesía. Sí, poesía. Así, en grandes letras minúsculas. Ante la mentira, poesía. Ante la sombra, poesía. Ante el engaño, poesía. Poesía. Poesía. Poesía. La verdad frágil. La duda innegable. Las pupilas desnudas que descubren todo por primera vez a cada segundo. El alambique que destila la vida. Poesía para empezar, para poder continuar, para jugar una partida nueva desde la casilla de salida. Porque solo empezando desde el principio se puede llegar hasta el final.
Primero, poesía para despertar. Necesitamos que algo nos recuerde que la vida se termina con un punto final y no con tres suspensivos. Por qué perder tiempo en circunloquios y rodeos si lo importante, lo necesario se dice en dos palabras. Tan sólo basta una mirada, un suspiro, un instante y todo queda dicho. Por qué evitar el camino recto del verso.
Primero, poesía porque solo el mañana tiene sentido si ayer nace sin hoy. El futuro oprime y el pasado condiciona. La poesía no soluciona, es cierto, tampoco aligera pero pone espejos para asumir que aquello que fuimos y lo que seremos seguirá ahí si no hacemos nada nuevo. Y se hace fuerte en el ahora. Es ahora cuando siento, cuando me duele o gozo, es ahora cuando recuerdo que una vez fui feliz porque fui. Y también triste porque fui y no volví. La poesía no delega. Toma la iniciativa, la palabra, sube al escenario y grita que el hoy siempre funciona, que es lo único sólido que tenemos pero igual efímero. Por eso no hay que dejarlo escapar. Antes de que sea tarde y se convierta en un ayer difuso y sobrevalorado. 
 

Primero, poesía para saber de qué estamos hechos. Con qué herramientas contamos. Qué hemos hecho con ellas hasta ahora. Qué podemos hacer. Somos capaces de mucho más, seguro. Pero hay que saber quiénes somos. Revisar cada poro, cada lágrima vertida, cada beso que nos hemos dejado robar, cada puñetazo en la mesa que no terminamos de dar. Eso somos. Todo eso. Lo hecho y lo no hecho. El haber y el debe. Nada más que un amasijo de carne, dudas y amor. Pero si no lo sabemos, si no hacemos inventario de dolores y sonrisas, seremos nada. Una nada artificial y perfecta que sólo servirá para no servir para nada.
Primero, poesía como lenguaje. Como medio de comunicación. Preciso y rico, al mismo tiempo. Porque la poesía no esquiva, no regatea. Mira a los ojos. Nos enseña a preguntar sin saber la respuesta de antemano. Nos obliga a dudar, a quedarnos unos segundos colgados de un verso sin saber si al inicio de la linea siguiente habrá otro para no caernos. Vivir sin red una vida sin trampas. Sin precauciones. El camino recorrido me ha enseñado que las prevenciones no sirven. Que la venda sin herida es una bandera inútil que asfixia. Que el temor solo frena mis pasos y cambia el destino sin darme cuenta. La poesía nos deja al borde de un acantilado infinito. Y darse la vuelta es morir en cada paso retrocedido. Pisar decidido la tierra removida e inestable y contestar sin miedo esas interrogantes a punto de explotar. La vida como un campo minado de sonetos.
Primero, poesía para reaccionar. Para caminar y dar el primer paso. Solo así evitaremos ser pisados. Así de sencillo. La poesía muestra fotografías concretas, sentimientos concretos, instantes congelados que aún respiran. Tan concreta que la poesía puede hablar de ti, de mí o de nosotros. Nos despoja de nombres y apellidos y nos otorga matices, detalles y esquinas. Y eso nos hace iguales. Iguales en la fuerza, en la debilidad y en las ganas de hablar una misma voz. Justo en ese momento seremos invencibles. No antes, pero sí entonces.
Primero, poesía. Después, revolución. 

*Artículo publicado en el número de Noviembre del periódico Bilbao