jueves, 20 de diciembre de 2012

viernes, 7 de diciembre de 2012

martes, 4 de diciembre de 2012

'LOW COST'



Dice una amiga mía que el amor está sobrevalorado. Que se destina mucho esfuerzo a explicar, comprender y cuidar un sentimiento que, a su juicio, es como otro cualquiera. Dice que la amistad es una pieza igual de fundamental para las personas pero no se le dedica tanto tiempo, líneas, canciones y películas como al amor. 
Me resisto a reconocer que siglos y siglos de reflexión, emoción y belleza acerca del amor, nazcan de un simple estudio de mercado. Sin embargo, no niego que se produce, a veces, una saturación del uso de la  palabra que lo único que consigue es vaciarla de contenido.
Dentro de mi conciencia un tanto romántica y propensa a creer que todo el mundo está dispuesto a amar como si no hubiera un mañana, me resulta difícil pensar, no obstante, que el amor tiene varias lecturas, varias formas.
Por ejemplo, me resulta difícil aceptar que dos personas se conformen con quererse, sí, pero poco. Y no hablo de un deterioro progresivo de antiguos y verdes laureles. Algo que todos, en mayor o menor medida, hemos vivido, alentado o sufrido en nuestras vidas. No, es otra cosa. Hablo de una relación que nace ya con techo. Una relación de baja intensidad.
Es decir, dos personas se conocen, conectan y, aquí viene lo mejor,  ven en los ojos del otro la misma  intensidad que en su propia mirada. Una correspondencia de mínimos, con un amor necesario, suficiente, de mantenimiento. Un amor de bajo coste. Construyen, entonces, una relación 'Low cost'.


Como esas compañías aéreas que ofertan vuelos muy baratos. El servicio que prestan está acorde con el precio de sus tarifas. La atención es cordial pero no efusiva; los asientos son cómodos pero tienen el espacio limitado; está permitido llevar equipaje pero con unas medidas concretas y los trámites corren a cargo del pasajero, nunca de la compañía.
Cualquier servicio añadido, además, supone un aumento del precio final del billete.  Si quieres más atención, más dinero; si quieres llevar más maletas, más dinero; si quieres agilizar trámites, más dinero. Más facturas que pagar.
En este tipo de relaciones ocurre algo parecido. El respeto domina la relación pero no hay efusividad, emoción, ganas de investigar más allá de la frase: “¿Qué has hecho hoy, cariño?”. Cada uno tiene su espacio, incluso hay zona común, pero rara vez comparten sus parcelas y nunca sueñan con ampliar esa zona compartida. No lo necesitan. Así están bien.
Es obvio que ambos llegan a la relación con equipaje. Historias pasadas, puentes quemados. Pero siempre con la medida justa para que no suponga un esfuerzo desmesurado de la otra persona.       Ambos están dispuestos a pagar esa factura. Nunca más. Lo justo para que el avión no se caiga en pleno vuelo.
Es difícil mantener el amor a raya. Puede que hable, de nuevo, mi fe en un amor sin medida pero, ¿quién no ha pagado un suplemento en el precio de ese tipo de pasajes de avión?. Por mucho amor acordado que exista, un día la nostalgia requiere nuevas maletas que llenan el compartimento, el tiempo exige más atención y la curiosidad pide la ampliación de la zona común. Las dos miradas que antes se reconocían, ahora brillan diferente. Y la factura engorda.
Hay quien está dispuesto a pagar los suplementos con más amor o, dicho de otro modo, con otro amor. Pero también existe quien no quiere dejar un céntimo más en lo que considera un precio justo por el trayecto a realizar.  Llega, entonces, ese momento en el que la única salida es cambiar de compañía.  

Artículo publicado en el suplemento Pérgola del último número del periódico 'BILBAO'