jueves, 20 de junio de 2013

domingo, 2 de junio de 2013

Westmount*

Para Beatriz

Es una casa que no llama la atención. Tiene un pequeño porche rodeado por una barandilla de madera blanca. La fachada es de ladrillo rojo oscuro y las molduras de las ventanas son también blancas. Todo está en silencio. No hay nadie pero las sillas en el césped y el coche aparcado justo delante del garaje indican que la casa tiene vida. Solo falta una luz encendida de una de las habitaciones para convertir la escena en un cuadro de Hopper.
Me quedo quieto en la acera. La tarde cae. Como en un museo me quedo mirando el cuadro y hago trabajar la imaginación. Intento rejuvenecer la escena. Busco a un niño que descubre sus primeros juegos en ese césped. Y que luego se puso a escribir. Y más tarde decidió cantar sus poemas. Busco a Leonard Cohen. Pero no está, claro. Estuvo. Su biografía dice que hace ya algunos años, el cantautor canadiense dio sus primeros pasos en ese barrio tranquilo, sin pretensiones y casi idílico de Westmount.
No hay rastro de él ni de su vida pasada en esa casa. Ni placas ni recordatorios. Nada. Tan solo mis ganas de creer que esa casa fue la casa de Leonard Cohen. Y, ¿si no fuera ése el hogar natal del artista?. Sigo quieto en la acera y sonrío con esa idea en la cabeza. Sería absurdo que yo estuviera inmóvil frente a una casa que seguro acogió una infancia feliz de cualquier otro ciudadano canadiense de provecho. Pero no sería Leonard. Tampoco niego que siendo verdad que Cohen creció delante de mí hace más de setenta años, la escena no sea igual de absurda.
Pero supongo que es la necesidad, un poco mitómana, lo confieso, de indagar en la vida de alguien que ha indagado en la mía. Alguien que ha dado respuestas a algunas de mis preguntas o que ha pronunciado, de una forma más certera, esas cuestiones que siempre me han rondado el alma. Necesidad de dar cuerpo al alma de sus canciones, intuyo. Deshacer el camino de baldosas amarillas, sospecho.


Me dicen que la mayoría de los habitantes de Westmount en la actualidad, y puede también que de Montreal, se aventuran, desconocen este dato de la biografía de Cohen. Que tan solo los turistas aficionados a su música se acercan, de a poco, por Belmont Avenue. Yo, ahora, vivo a escasos quinientos metros de esa calle. Era inevitable acercarme. Mis discos rayados de Cohen no me lo hubieran perdonado nunca.
Westmount es una pequeña ciudad dentro del centro de Montreal. Se trata de uno de los núcleos anglófonos más importantes de la capital, principalmente francófona. Esa mezcla de idiomas, de puntos de vista, de personalidades se nota en cada paso que doy por la ciudad. Desde la más superficial del lenguaje y del patrimonio, a otras actitudes más sutiles como su comportamiento cívico, por ejemplo.
Supongo que eso se nota también en Leonard Cohen. Es un cantautor norteamericano pero encaja perfectamente en la tradición del chansonnier francés. Sus canciones están llenas de referencias americanas pero siempre sobresale un matiz de lirismo y amargura e incluso de intensidad más típico de autores europeos.
Puede que esté influido por estas calles, por esta mezcla de acentos que aún me confunde, por un mapa del que desconocía referencia alguna. Puede ser. Pero, sin duda, para mí, es un Nuevo Mundo en el que encuentro nuevas explicaciones a viejas preguntas.
Vuelvo sobre mis pasos, camino de mi casa. A la tarde le queda un último brillo. Una luz más que suficiente para iluminar una larga calle en cuesta que bajo con la atención del turista despistado. Y pienso, con otra sonrisa dibujada en la cara, que Leonard y yo tenemos algo en común. No es la poesía, no es la música, tampoco el talento, ni mucho menos la experiencia. El viejo trovador y yo compartimos primeros recuerdos.
Cuando él comenzó a abrir los ojos al mundo en este rincón, vio lo mismo que yo he visto por primera vez de esta esquina del mapa. Es otra idea absurda, lo sé. Pero a mi me hace sentir bien. De alguna manera yo también he nacido en Westmount. 

*Artículo publicado en el número del mes de junio del periódico Bilbao.