Para
María
La
gente se ríe cuando lo digo pero hablo en serio. No miento. El caso
es que no veo otra salida. Es el único camino. Yo, al menos, no
conozco otro. Es la única manera que he encontrado. Se llama Poesía.
Sí, poesía. Así, en grandes letras minúsculas. Ante la mentira,
poesía. Ante la sombra, poesía. Ante el engaño, poesía. Poesía.
Poesía. Poesía. La verdad frágil. La duda innegable. Las pupilas
desnudas que descubren todo por primera vez a cada segundo. El
alambique que destila la vida. Poesía para empezar, para poder
continuar, para jugar una partida nueva desde la casilla de salida.
Porque solo empezando desde el principio se puede llegar hasta el
final.
Primero,
poesía para despertar. Necesitamos que algo nos recuerde que la vida
se termina con un punto final y no con tres suspensivos. Por qué
perder tiempo en circunloquios y rodeos si lo importante, lo
necesario se dice en dos palabras. Tan sólo basta una mirada, un
suspiro, un instante y todo queda dicho. Por qué evitar el camino
recto del verso.
Primero,
poesía porque solo el mañana tiene sentido si ayer nace sin hoy. El
futuro oprime y el pasado condiciona. La poesía no soluciona, es
cierto, tampoco aligera pero pone espejos para asumir que aquello que
fuimos y lo que seremos seguirá ahí si no hacemos nada nuevo. Y se
hace fuerte en el ahora. Es ahora cuando siento, cuando me duele o
gozo, es ahora cuando recuerdo que una vez fui feliz porque fui. Y
también triste porque fui y no volví. La poesía no delega. Toma la
iniciativa, la palabra, sube al escenario y grita que el hoy siempre
funciona, que es lo único sólido que tenemos pero igual efímero.
Por eso no hay que dejarlo escapar. Antes de que sea tarde y se
convierta en un ayer difuso y sobrevalorado.
Primero,
poesía para saber de qué estamos hechos. Con qué herramientas
contamos. Qué hemos hecho con ellas hasta ahora. Qué podemos hacer.
Somos capaces de mucho más, seguro. Pero hay que saber quiénes
somos. Revisar cada poro, cada lágrima vertida, cada beso que nos
hemos dejado robar, cada puñetazo en la mesa que no terminamos de
dar. Eso somos. Todo eso. Lo hecho y lo no hecho. El haber y el debe.
Nada más que un amasijo de carne, dudas y amor. Pero si no lo
sabemos, si no hacemos inventario de dolores y sonrisas, seremos
nada. Una nada artificial y perfecta que sólo servirá para no
servir para nada.
Primero,
poesía como lenguaje. Como medio de comunicación. Preciso y rico,
al mismo tiempo. Porque la poesía no esquiva, no regatea. Mira a los
ojos. Nos enseña a preguntar sin saber la respuesta de antemano. Nos
obliga a dudar, a quedarnos unos segundos colgados de un verso sin
saber si al inicio de la linea siguiente habrá otro para no caernos.
Vivir sin red una vida sin trampas. Sin precauciones. El camino
recorrido me ha enseñado que las prevenciones no sirven. Que la
venda sin herida es una bandera inútil que asfixia. Que el temor
solo frena mis pasos y cambia el destino sin darme cuenta. La poesía
nos deja al borde de un acantilado infinito. Y darse la vuelta es
morir en cada paso retrocedido. Pisar decidido la tierra removida e
inestable y contestar sin miedo esas interrogantes a punto de
explotar. La vida como un campo minado de sonetos.
Primero,
poesía para reaccionar. Para caminar y dar el primer paso. Solo así
evitaremos ser pisados. Así de sencillo. La poesía muestra
fotografías concretas, sentimientos concretos, instantes congelados
que aún respiran. Tan concreta que la poesía puede hablar de ti, de
mí o de nosotros. Nos despoja de nombres y apellidos y nos otorga
matices, detalles y esquinas. Y eso nos hace iguales. Iguales en la
fuerza, en la debilidad y en las ganas de hablar una misma voz. Justo
en ese momento seremos invencibles. No antes, pero sí entonces.
Primero, poesía. Después,
revolución.
*Artículo publicado en el número de Noviembre del periódico Bilbao.