Una parada
de autobús. Hace frío. Ella espera. Él llora.
-No,
por nada.
-Siempre se llora por algo.
-No tiene por qué. A veces se llora sin motivo.
-Ese es un motivo más que suficiente para llorar, ¿no crees?
-No lo sé. Puede ser. Me da igual.
-Perdona.
-No importa. Recuerdos mal curados, supongo.
-La mayoría no cicatrizan bien, es cierto.
-Ninguno, yo creo.
-Los buenos sí.
-¿Cuál es la diferencia?
-El sabor de las lágrimas.
-Vaya tontería.
-Es cierto. Me lo contó mi padre.
-Pero si lloras…¿Qué más da ?
-Ya llega mi autobús.
-Siempre se llora por algo.
-No tiene por qué. A veces se llora sin motivo.
-Ese es un motivo más que suficiente para llorar, ¿no crees?
-No lo sé. Puede ser. Me da igual.
-Perdona.
-No importa. Recuerdos mal curados, supongo.
-La mayoría no cicatrizan bien, es cierto.
-Ninguno, yo creo.
-Los buenos sí.
-¿Cuál es la diferencia?
-El sabor de las lágrimas.
-Vaya tontería.
-Es cierto. Me lo contó mi padre.
-Pero si lloras…¿Qué más da ?
-Ya llega mi autobús.
-Sí, siempre llega.
-El mío aún tardará.
-El mío aún tardará.
Ella sube
rápido. Él le mira fijamente mientras una última lágrima
desemboca en sus labios y su lengua la recoge con cuidado.
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