Artículo publicado en el periódico Bilbao en el último número de Noviembre dentro del suplemento cultural Pérgola. Por cierto que esta publicación cumple 25 años. Zorionak y un honor colaborar desde hace casi dos años. La foto es de Raquel Fernández Munsuri.
Me
paro delante del paso de cebra. Calle Astarloa, esquina Rodríguez Arias. Cojo
el móvil y saco una foto del cruce. Compruebo que ha salido bien, guardo el
teléfono y sigo caminando. Es la
vigésima imagen que tengo de ese lugar. Mientras me alejo vuelvo a coger el
móvil y repaso las fotos que he hecho de ese mismo sitio. Encuadres similares
pero con gente diferente, luz diferente y resultados diferentes. Cada imagen es
fruto del azar. No voy a una hora determinada, en un día concreto para sacar la
fotografía. Eso sí, siempre que pasó por ese cruce, miro la placa que anuncia
la calle, me paro y desde ahí, est é donde esté, repito la misma operación que
acabo de hacer apenas unos minutos antes.
Pero
la rutina es un ser tan voraz que, después de veinte fotos al mismo sitio, casi
he olvidado la imagen con la que nació este juego. La repetición se ha
convertido en lo original, en lo genuino en si mismo.
La
primera imagen que originó esta curiosa manera de pasar por un cruce no la hice
yo. Se trata de una imagen que sacó Raquel y que me gustó. Tiene intención, es
sugerente y deja de ser la calle Astarloa para convertirse en una calle
cualquiera; en todas las calles. Con esa imagen aún en la retina pasé por el
lugar de los hechos. Reconocí el sitio como escenario de la fotografía y sonreí
imaginando a Raquel sacando su imagen. A partir de ahí, se desencadenó el juego
de imágenes donde el azar es el único que establece la densa rutina.
El
tiempo pasa y vamos perdiendo las referencias. O al menos se van distorsionando.
Y llega uun momento en que creemos genuino lo que no es más que una burda copia
de lo que un dia fue el 'clic' que nos hizo caminar. Esto pasa mucho ahora. Con ideas, personas,
sentimientos, incluso besos.
Una
vida, una relación, está llena de ellos. La mayoría son besos a granel. Calderilla que damos y nos dan por
compromiso, por convención social o por mecánica pura. Una inmensa montaña de
besos pequeñitos e insignificantes que tapa aquellos otros únicos, inmensos
besos que agitaron la tierra que ahora pisamos indolentes.
Hay
ideas que son la base del camino en muchas decisiones. Que motivaron una nueva
mirada, un cambio de rumbo. Pero esas decisiones también llenaron de escombros
y zarzas esas ideas. Cada vez más lejanas y brumosas, las ideas se vacían si se
fuerzan, se adulan, se manosean y acaban vestidas con trajes grises de corbata.
Y
personas que abarrotan la existencia sin saber muy bien qué papel juegan en mi
vida. Quizás una vez fueron importantes pero el tiempo les ha cambiado las
huellas dactilares que nos conectaban. Unas huellas llamadas sentimientos. El
tiempo es perverso y caprichoso, y nosotros somos perezosos y miedosos. Es él
quien retoca, redibuja y hasta desdibuja esos sentimientos que una vez nos
conectaron con alguien. Una vez amé a alguien. Después le odié. Y parecía que
aquel odio estaba ahí desde el principio, que no había sentido nada distinto
antes por aquella persona. Pero pude recordar aquel 'clic' que lo desencadenó
todo. Sigo sin amarle pero dejé de odiarle.
A
veces es bueno preguntarse por qué hacemos las cosas y buscar esa referencia
que lo desencadenó todo. Buscar el original sepultado entre las miles de copias
que hemos ido tomando por verdaderas. Sacudirse el polvo de las retinas e
intentar mirar más allá de la sombra que proyecta una persona para fijarse en
la persona misma. Por eso, de vez en
cuando, vuelvo a mirar esa foto nocturna y sugerente de la calle Astarloa,
esquina Rodríguez Arias que un día sacó mi amiga Raquel.
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