Para Beatriz y Javier
sábado, 12 de enero de 2013
lunes, 7 de enero de 2013
jueves, 3 de enero de 2013
Entrañas*
“Todavía escucho el viento;
todavía estoy despierto” Coque Malla
Estoy desnudo. Sin recursos. Solo. A mi alrededor se
rumia el desguace. La calle se levanta, las fachadas se desconchan y el cielo
se rompe si lo toco. Las luces tiemblan a punto de apagarse para siempre y
nadie parece ver la salida. El silencio se ha cubierto de un murmullo
acostumbrado. Tiendas que sólo venden escombros usados, antiguas máquinas sin
estrenar, ropa que un día me perteneció. Casas de cartón con las esquinas mojadas
y bancos convertidos en apartamentos de lujo.
Pero esto no fue siempre así. Recuerdo que una vez tuve
un traje nuevo y sonreía. Todo iba bien. La gente salía a la calle con sus
trajes más o menos nuevos. No era fácil sonreír pero se esforzaban.
Un día le pidieron a un hombre, cerca de mí, que se
quitara la chaqueta, que lo hacían por su bien; por su comodidad. Él, obediente
y dispuesto, lo hizo. Más tarde, vi cómo una mujer hacía lo mismo delante dos
hombres bien vestidos; con todas sus prendas.
Sentado en un banco me fijé que uno de esos dos hombres se acercaba a
mí. Esto ocurrió no hace mucho tiempo.
Me acaban de quitar mi última prenda. Una camisa hecha
jirones. Quiero recordar que era blanca antes pero reconozco que ya no lo
parece. Quieto, sin mover ni un músculo todavía siento el viento. Y pienso que
puede que sea tarde. Pero ya no puedo más. No me van a quitar nada más. No me
van a quitar las entrañas. Lo que tengo dentro. Lo que alimento con cada
palabra leída, con cada sonrisa atrapada al vuelo, con cada milagro que
acaricia las ventanas.
Aquellos que aún conservan el traje inmaculado están
convencidos de que, tarde o temprano, como han conseguido el resto, se harán
también con mis entrañas. Pero no, se equivocan. Nunca han errado tanto. Eso no
se toca. Me ha costado tanto convertir llantos, risas, fatigas acumuladas y
caminos equivocados en estas riendas que ahora sujeto que ya no se las voy a
dar a nadie. No están en venta. Ya no.
Pueden venir a la casa que nunca compré, a buscarme al
trabajo que ya no tengo o interrogar al amor que perdí. Todo su empeño será
inútil. También a ellos se les ha hecho tarde. Ahora me encontrarán enfrente.
Cuando aún me quedaba alguna prenda raída cometí la
estupidez de creer que el error era yo.
Que la culpa era mía. Pero se acabó. No van a hacerme dudar más. El
camino se ha vuelto embarrado, tortuoso, difícil de transitar pero es el camino
que un día decidí tomar. A punto estuve, también, de creer que la suya era la
única carretera disponible. Pero mi itinerario no viene en el mapa. Y eso es lo
mejor de todo. Ellos no saben por dónde voy. Yo sí. Ya sé, al menos, hacia
dónde me dirijo.
Ya sé quiénes son. Quiénes se planchan el traje a diario.
Aquellos que se ríen pero se olvidaron de sonreír. Mediocres que creyeron en el
atajo. Sombras ridículas proyectadas en ruinas. Constructores de castillos en
el aire. Paseantes con zancada marcial.
Ninguno de aquellos me va a decir qué amar. No se van a atrever a
indicarme con el dedo qué mirar, qué admirar o qué querer. Quién puede
acompañarme o quién no. Si necesito la soledad o si anhelo la búsqueda. No son
nadie para recortar mis laberintos. No van a guiar mis pasos. Yo decido el
desfiladero al que arrojarme. Sigo desnudo y solo. Sin recursos pero con las
riendas bien sujetas. Y en el siguiente cruce espero encontrarte.
* Artículo publicado en el número de enero de 2013 del periódico Bilbao.
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