sábado, 28 de marzo de 2009

Cuarto fosfeno. Las piernas de mi amiga


Raquel y Mónica nos invitaron a Leyre y a mí a su piso recién alquilado. La cena había sido deliciosa. Una mesa agradable, una comida ligera, una conversación de idas y venidas, cuatro amigos con ganas de verse y Sinatra de fondo.
Tras el postre, la charla pasó de las trivialidades al Trivial y de la mesa al salón. El enorme sofá color beige nos acogió con los brazos abiertos dispuesto a arropar la parte más interesante de la velada.
Las partidas iban pasando y la conversación dejaba de ser trivial. Leyre, Raquel y yo manteníamos las formas. Raquel por su manera de ser, y Leyre y yo por ser los invitados en casa ajena.
Sin embargo, Mónica se apoderó de la chaise longue y con una sensualidad que sólo aporta la naturalidad, se descalzó y acarició sus pies grandes y cuidados sobre la tapiceria del sofá al tiempo que los enterraba entre el vértice del respaldo y el asiento.
A partir de ahí su comportamiento fue un recital de comodidad, sugerencia y mucho, mucho erotismo. A veces me sorprendía a mi mismo con los ojos clavados en sus dedos de los pies jugueteando con los flecos de una manta que se echó por el cuerpo en medio de la segunda partida de Trivial. No lo podía evitar, era un espéctaculo para los sentidos.
Era la única de los cuatro que había trabajado y al día siguiente le tocaba madrugar. El cansancio se alió cn su naturalidad y ambos consiguieron que Mónica se acostará en el sofá mientras seguía los últimos coletazos de la conversación. La imagen era tierna, sensual y de una belleza tal que dejé de escuchar a mis tres amigas y sólo atendía a ese cuerpo largirucho y encogido que se iba durmiendo poco a poco.
Sus gestos se convirtieron en un ballet generoso y sutil que despertó de un golpe, mi capacidad, anestesiada hasta entonces, de disfrutar de la belleza que surge a mí alrededor. Como por ejemplo, las piernas de mi amiga.
Al final, esa noche fue perfecta y así lo comentamos Leyre y yo mientras bajábamos por el ascensor. Entre el segundo y primer piso, Leyre dijo con media sonrisa: “Hay que ver cómo son Raquel y Mónica”. La miré, y con una sonrisa muy poco disimulada, repliqué: “Sí, hay que ver cómo son”.



No hay comentarios: