jueves, 18 de febrero de 2010

Causas y avatares



Juro que me encantaría ver determinados prismas de la vida con la mente absolutamente virgen, el alma sin estrenar y la hemeroteca de mi vida limpia de polvo y paja. Pero es imposible. Yo, de momento, no puedo y aun así he de reconocer que soy capaz de emocionarme, sonreír, llorar y frenar si hay algo que me asalta en mi camino con algo de verdad dentro.

Y no puedo, supongo, porque soy un ser pequeño (en términos relativos) que no deja de andar y de encontrarse con una ingente cantidad de impulsos a los que, muchas veces, sucumbe por su propia curiosidad de gato.

Esta curiosidad felina o gatuna, que no es más correcto pero sí más apropiado, es la que me llevó a una sala de cine para ver ‘Avatar’.

Tres horas menos cuarto después salí de esa sala enorme con la sensación, igual de grande, de haber visto una película mediocre y sin imaginación.

Puede parecer una paradoja, pero la película que ha gastado miles de millones de dólares en una tecnología única para representar unos mundos hasta ahora inéditos no tiene imaginación. No hay nada en sus 165 minutos de duración que no se le haya ocurrido antes a alguien. Es como un artículo especializado en los que el autor utiliza notas al pie para las referencias: cada fotograma remite a una referencia cinematográfica o literaria anterior. Todo recuerda a todo. Aunque los detalles y los ejemplos son casi infinitos, no quiero detenerme en eso porque seguro que aquellos que la hayan visto saben qué ejemplos son.

Y es este hecho, el de la absoluta falta de chispa e imaginación, lo que me llevó a realizar la siguiente reflexión. ‘Avatar’ es una película con un carácter masivo y destinado a arrasar en la taquilla. La creación de expectativas, un director ausente de las pantallas durante años y una historia de amor eran los reclamos utilizados y expuestos en todos y cada uno de los rincones del planeta. Y funcionó.

En el siglo XX, semejante maquinaria propagandística se solía utilizar para que los peatones dirigieran su opinión a un lugar concreto. En una palabra, manipular a la opinión pública para lanzar un mensaje sesgado e interesado. Yo pensaba que ‘Avatar’ iba a seguir ese camino marcado. Pero no. Es posible que la televisión haya retomado esa senda señaladora que tenía el cine.

Sin embargo, creo que ‘Avatar’ sí pretende dar un mensaje concreto y mi ingenuidad me hace dudar de si es intencionado o no. Y es en este punto donde vuelvo a la falta de imaginación del film.

Parece como si el nuevo totalitarismo no radique tanto en imponer un determinado pensamiento único por encima de la diversidad como en ejecutar a la imaginación, cercenar cualquier posibilidad de viajar sin moverse del sitio, de matar de inanición a la creatividad, justo en un momento en el que, curiosamente, la creatividad tiene relativa buena prensa.

Es una película que lo da todo hecho, no deja ningún resquicio para que nuestro magín respire y enriquezca la película, para que de una manera inconsciente añadamos detalles a los vecinos azules y consigamos estar dentro de ese ‘otro’ planeta azul.

Una voz en off insistente y subrayadora de la imagen permanentemente hace imposible que el espectador interprete los gestos de los personajes. Todo lo hace la película. El espectador no tiene que hacer nada. Tan solo seleccionar la función ‘Stand by’, ponerse las gafas y dejarse llevar sin preguntarse nada. Si me apuran, el hecho de ponerse las gafas ya es un hecho de dirigir la mirada hacia un lugar concreto y no otro. Más allá de los márgenes de las gafas no puedes ver ni entender nada. Cuanto menos resulta inquietante.

Y no se trata de la primera película que deja gravemente herida a la imaginación pero sí es la primera cinta que lo hace con unos medios técnicos sin precedentes y con una capacidad de convocatoria que puede hacer creer que lo que se ve en ‘Avatar’ es imaginación. Y nada más lejos de la realidad.

Puede que exagere y que realmente tan sólo sea un mal coche en el que se olvidaron del motor mientras estaban en el taller preocupados con pulir la carrocería. Sin embargo, creo también que este tipo de películas nos deben hacer ser mucho más exigentes de lo que a veces somos. Que no nos valga cualquier película para entretenernos. Si tenemos hambre y queremos picar algo entre horas seguro que no comemos jamón podrido o pan seco. Pues en el cine y en la cultura del entretenimiento debe ser parecido. Aunque sólo sea para pasar el rato, el jamón que sea de la mejor calidad posible y el pan del día.

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