martes, 27 de abril de 2010

Apuntes de un hombre solo. Amor S.A.

“Deja que diga que tú y yo pareja somos,

aunque mi amor y el tuyo, uno y sin partijas:

así esas tachas que recaen sobre mis lomos

serán sin obra tuya de mí solo hijas.”

Soneto XXXVI. W. Shakespeare


Hace más de un año que decidí, o decidieron, que esta parte del camino la iba a recorrer solo. Estar pendiente nada más, y nada menos, que del horizonte me ha hecho coger perspectiva sobre el Amor y sus trabajos. Tanto aquella labor que yo desempeñé durante años convencido de jubilarme en ese puesto, como los empleos que Cupido ha ido designando a las personas que tengo a mi lado.

Repaso, reviso y ordeno todo lo vivido y me pregunto: ¿Cómo he podido hacer yo esas cosas?, ¿Quién le mandaría a él meterse en esos jardines?, ¿Por qué se complica así la vida si ni siquiera es cosa suya?...Y siempre llego a la misma respuesta: El Amor. O si lo prefieren: el amor. Así, en minúscula. Porque la mayoría de cosas que hacemos por amor, son tremendamente simples, sencillas, insignificantes y jamás pasarán a la historia de ese Amor que cantaban los juglares o las solistas de la Motown.

Sin embargo, llenan nuestra vida y se convierten en imprescindibles justo en el momento en que hay que hacerlas. No se hacen porque se debe, se necesita o conviene hacerlas…se hacen porque se siente que hay que hacerlas. Así de fácil. Y eso las convierte en únicas para quien las hace.

Cuenta mi madre que, de acordarme, la primera imagen que tendría de mi padre sería la de lechero. Tampoco es cuestión de abundar mucho en el tema pero el caso es que un servidor nació después de los dolores, como diría el clásico, pero antes de tiempo. Y para terminar la cocción me tuvieron en una incubadora durante doce días que a mi madre se le hicieron eternos (estoy seguro que han habido días que hubiera alargado esa estancia con gusto). Ella en casa, yo en el hospital y por el camino, mi padre. Los médicos le habían dicho a mi madre que siempre era mejor dar al bebé, en ese caso era yo aunque cueste imaginarlo, la leche materna que la preparada pero que dada la distancia y las dificultades probarían con la segunda. Mi madre y su síndrome de Nido Vacío no podían permitirlo. Así que el hospital le proporcionó un artefacto monstruoso llamado ‘sacaleches’ y todas y cada una de esas doce mañanas, muy temprano, mi padre se pasaba por el hospital para dejarme a la vera de la incubadora la leche necesaria para las tomas del día. Ignoro si se ponía gorra de plato y chaqueta blanca pero casi dos semanas después salí del hospital lustroso y llorón. Vamos, como ahora.

Un acto de amor de mis padres hacia mí, sencillo, simple y que nunca se lo pensaron dos veces. No le dieron más vueltas. Hay días en los que me gusta imaginar a mi padre, en el coche, con la preciada mercancía en el asiento de al lado, conduciendo con cuidado para que no se derramara ni una gota.

Los míos, mis trabajos de amor, digo, no son tan poéticos aunque sí igual de simples y movidos por la misma noria. Durante nueve años, a uno le da tiempo a trufar sus días de trabajitos o ‘chapuzas’ de amor.

Yo he fregado suelos, cortado barras de pan antes de meterlas al horno, me he levantado a las dos de la mañana de un domingo para dar parte de un robo en una tienda, he hecho inventarios de pasteles y teléfonos móviles, he montado muebles, puesto rodapiés y un cartel de Salida de Emergencia justo encima de la entrada principal. También me ha dado tiempo a hacer cientos de kilómetros para limpiar una tienda de arriba a abajo, llevar los ingresos de varios meses al banco, atender a varios clientes sin tener ni idea de lo que es un ‘imey’ o si tiene cámara el último modelo de Sony Ericsson, y claro que la esperaba todos los días a la salida con el motor en marcha. Y por supuesto que no soy un héroe.

He hecho estas cosas que, miradas así, como por encima del hombro, no suenan a mucho, pero eso es lo que tiene el amor y sus trabajos. Y lo más gracioso de todo es que volvería a hacerlo sin pestañear y me sentiría bien, a gusto, en paz.

Tengo un amigo que me dice que él no entiende cómo yo he sido capaz de hacer esas cosas: “Si tu pareja no puede asumir un trabajo pues que no lo haga”. Y yo pienso: “Qué poco ha entendido este hombre de todo lo que le he contado”. Y le respondo: “El amor y su trabajo es lo que tiene”. Y me responde: “Pues yo no lo haría”. Y yo sonrío y cambio de conversación.

Incluso, si me apuran, saber poner fin al trabajo amoroso a pesar de los trienios acumulados es, casi siempre, otro valiente acto de amor, el último de todos ellos, que cuesta mucho trabajo llevar a cabo y que, sin embargo, casi nunca está bien valorado. Saber utilizar la sinceridad y la lealtad usada en esos pequeños remates diarios para dar por finiquitada la relación debe ser valorado, aunque es difícil hacerlo cuando te están dejando.

Ahora que Cupido me ha despedido de manera improcedente y tengo tiempo suficiente para revisar mi CV, estoy harto de tomar perspectiva y deseando que aparezca una persona llena de problemas para zambullirme en ellos, ponerme el buzo de trabajo y comenzar a complicarme la vida un poco más en una nueva empresa.

5 comentarios:

Miguel dijo...

Yo tb lo volvería a hacer, es lo que tiene esto... ;-)
no eres un héroe, eres un crack, y alguien se lo ha perdido por ~${*|$\£\$.!,>{$\$^]*{>|*]!!!!!!

jöel dijo...

Gracias miguelito....ya sabes,albañiles del amor....mmm....bonito título para cierta película.....ahora vuelvo...;)

Marta dijo...

Pero que bonito Joël!!! Son estas palabras las que hacen a una sonreir por la calle. Ole ole ole!!!!

David dijo...

Vaya. No sé qué decir. Lo siento, Jöel. Pero es lo que tiene esto del amor, ¿no?
En fin, para disimular lo que me ha llegado el post y dar la impresión de hombre frío, te diré "¿han habido días que?"
Un abrazo.

Iratxe dijo...

Muy bonito, espero que el siguiente tb "trabaje" por y junto a ti.