domingo, 4 de agosto de 2013

Reflejos*

Para Haizea

Miro de reojo el espejo del baño. Ahí está. Un tipo recién duchado que no tiene la mirada limpia. Algo esconde. Algo evita. Hace tiempo que no le miro de frente. No me cae bien. Cada vez peor, de hecho. No se atreve. Por eso decido irme. Lejos. No volver a verle. Seguro que sigue quieto en ese recuadro de cristal empañado de lágrimas condensadas. Si él no se va, me marcho yo. Si él no se atreve, me atrevo yo. No puedo más. Seguro que hay otros espejos, otros ojos que me miran, otros reflejos”
Leo estas líneas en un cuaderno negro de pasta blanda. Las escribí hace meses. Antes de irme. En realidad, escribí este párrafo en el momento justo en que decidí que me iba. Y me fui. Decido. Viajo. Voy lejos. Pasan cosas. Me pasan cosas porque quiero que me pasen cosas. Parece fácil pero no lo ha sido.
Dice el tópico que la mochila de los problemas viaja con uno, que no hay posibilidad de huir, de dejar abandonado ese equipaje y que por mucho que lo descuidemos, nunca se pierde en los aeropuertos. Es cierto. Pero, a veces, el viaje es una manera de vaciar esa mochila. Sobre todo si en vez de facturar la llevas como equipaje de mano.
Eso es lo bueno que tiene tomar decisiones. Nadie, salvo yo, es responsable de lo que me pasa a partir de lo que he decidido. Ni siquiera el reflejo esquivo del baño. No sé si le pasa a más gente pero cuando tomo una decisión más o menos importante siempre pienso en las consecuencias negativas que puede conllevar. Es más, para mí, la palabra consecuencia tiene un matiz negativo inevitable. Nunca pienso que puede haber consecuencias positivas. Sin embargo, cuando bajo del avión todo es posible. Todo. Incluso lo mejor. Todas las puertas están abiertas. Todos los espejos están limpios. Todo son nuevas miradas donde reflejarse. 

  Entonces llego a un lugar que no es el mío. Soy extranjero, inmigrante o peor, soy un turista. Estoy desubicado. No encajo. Pero, de repente, eso deja de ser negativo. De defecto a virtud en cuestión de segundos. Soy diferente, tengo algo que me distingue. Entonces sonrío y me empeño en sacar esa cualidad que me diferencia para compartirla.
Con una naturalidad sorprendente, comienzo a cruzarme con miradas reflejadas, con miradas que reflejan y con reflejos que me miran. También con miradas que he visto en reflejos de ojos que ya he oído llorar. Probablemente en el espejo de aquel lejano cuarto de baño antes de empañarse.
Ahora me toca decidir de nuevo. Recorrer el camino de cada mirada o pasar de largo. Entrar o no molestar. Preguntar o quedarme con la duda. Una decisión llama a otra. Ésta también parece fácil de contestar. Y lo es. Reconocer miradas nuevas es un lujo que no puedo echar a perder. Por muy lejos que esté.
Las calles largas, casi infinitas, y el verano caluroso, casi derretido, favorecen los paseos a ninguna parte. En un silencio, los dos, ella y yo, dejamos caer la mirada a la ciudad. Entonces hablamos de Montreal. No sabíamos explicar porqué nos sentíamos a gusto en un lugar tan alejado de nuestro origen, porqué nos había caído tan bien si no es la más bonita, la más honrada ni la más perfecta. Volvimos al silencio. Sólo se me ocurrió tararear 'Thunder road' de Bruce Springsteen cuando dice: “You aint a beauty, but you're alright and that's alright with me”. Totalmente de acuerdo, dijo ella. Aquí las cosas son posibles, supongo yo. Todo es posible. Incluso lo mejor. 

1 comentario:

Leticia dijo...

No dejes de seguir tomando decisiones y caminando, yo al contrario creo que las consecuencias pueden ser positivas sobre todo si te hacen avanzar y crecer como persona, aunque a veces sea dificil y se haga extraño el viaje.
Para que nunca dejes de seguir soñando. Abrazos desde Bizkaia